Cuando vemos a un crío sucio hasta las cejas, resulta
normal que sus padres se tiren de los pelos ante el espectáculo. El niño llegará a casa con una sonrisa de oreja a oreja, pero a los padres les dará un auténtico patatús.
Sin embargo, esta acción, que pudiera ser una fuente de
infecciones para los pequeños, según los científicos no
solo no sería mala, sino que –aunque parezca un contrasentido– sería incluso necesaria.
Llama la atención la gran cantidad de casos graves de
alergia que, durante los últimos años, viene afectando
tanto a niños como a adultos. ¿Qué está pasando aquí?
La contaminación ambiental, los productos químicos que
absorbemos por una u otra vía, en definitiva, la falta de
condiciones salubres, parecen ser la respuesta, pero los
investigadores piensan diferente y se han focalizado, justamente, en nuestros hábitos de higiene, especialmente
en los niños.
Nos duchamos cada día, nos lavamos las manos continuamente, lavamos la ropa varias veces por semana, fregamos el suelo con asiduidad, etc. Todo ello con el fin de
evitar las enfermedades. La higiene personal, por tanto,
la hemos llevado al extremo y, si bien es necesaria una
cierta higiene, resulta que estamos limpiando demasiado,
hasta el punto de llegar a afectar a nuestro propio sistema
inmunitario.
Los investigadores se basan en el hecho de que el cuerpo,
para poder generar defensas contra un agente invasor,
necesita haber estado en contacto con él. Si, por efecto
de una higiene excesiva, resulta que no nos llega ningún
agente invasor, nuestro cuerpo se encuentra totalmente
armado pero sin ninguna guerra que librar. Ello conlleva,
por tanto, que acabe actuando de forma exagerada ante
partículas conocidas e inofensivas.
Los niños, mediante sus juegos, estarían entrando en
contacto con los diferentes patógenos, desarrollando su
sistema inmune. No obstante, el organismo no solo necesita tener contacto con dichas partículas, sino que precisa coger parásitos para defenderse mejor. Parásitos que,
por efecto de la higiene, no se pueden desarrollar.
El cuerpo, en contacto con ciertas bacterias y parásitos,
produce una serie de respuestas inmunitarias que de otra
forma no obtendría, y la flora intestinal sería un típico
caso de este tipo de simbiosis bacteriana. Sin embargo,
no es el único: existen algunas lombrices intestinales sin
cuyo concurso hay gente que puede morir de asma.
El Ancylostoma duodenale, un pequeño parásito blanco
de 1 cm de largo, que se transmite por consumo de verduras sin lavar y vive en el intestino delgado, tiene una
doble afección para el cuerpo humano. Por un lado, la
persona puede padecer anemia –al vivir de la sangre de
la mucosa intestinal– y un molesto picazón en el ano. Por
otro –se desconoce exactamente por qué–, estos animales
ayudan al cuerpo a que no se desarrollen episodios de
alergia alimentaria, asma e incluso diabetes. Existen colectivos de afectados de asma severa que trafican con
estos parásitos, debido a los beneficios que les reporta
en el tratamiento de su enfermedad.
En definitiva, tenemos tanto miedo a las enfermedades
y a las infecciones, y hacemos tanto por evitarlas que,
inconscientemente, estamos debilitando nuestros sistemas de defensa y provocando nuevas dolencias.
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