En el proceso de evolución de las especies, las necesidades de adaptación a nuevos hábitats y a nuevas formas de alimentación y supervivencia han hecho que los organismos se transformen continuamente. Esto, en muchos casos, ha significado que órganos obsoletos convivan con los funcionales, en lo que se ha dado en llamar «órganos vestigiales». En el caso del ser humano, el más conocido es el apéndice, que parece no tener un uso definido. No obstante, los científicos parecen haber encontrado su función real: una función de supervivencia sin la cual el ser humano no se hubiera podido expandir como lo ha hecho. El llamado apéndice vermiforme es un tubo de unos diez centímetros de largo que sale del ciego, primera parte del intestino grueso, en el cual desemboca el final del intestino delgado. Más allá de su ubicación anatómica, el apéndice ha sido conocido desde la Antigüedad por el índice de mortalidad que lleva aparejado, habida cuenta de que su infección puede derivar en una grave apendicitis. Vistos los problemas que ocasionaba el apéndice y ante la aparente falta de uso, los médicos, durante el último siglo, empezaron a extirparlo con el fin de evitar posibles problemas de salud. En realidad, sí que tiene una función, posiblemente no muy evidente, pero importante. Al comparar los sistemas digestivos entre los mamíferos herbívoros y los carnívoros, se puede comprobar que estos últimos no disponen de ciego, pero sí de apéndice, al contrario de los herbívoros. Estos no disponen de apéndice, pero el ciego está enormemente desarrollado, al producirse en él una parte de la digestión de las plantas que consumen. Es por esta diferencia sustancial y por el hecho de que el ser humano es omnívoro, por lo que se piensa que el apéndice no sea más que la degeneración del ciego de los herbívoros. Sin embargo, como el de estos, ha mantenido una función a la que hasta hace poco no se le había dado ninguna importancia: preservar la flora bacteriana. Durante los últimos años, los estudios inmunológicos han encontrado cada vez más la participación del apéndice en el sistema linfático, pero fue justamente el estudio de las interacciones de las bacterias con el sistema de protección del cuerpo el que dio con la clave del ignorado uso.
El apéndice vermiforme, como el resto de los intestinos, tiene bacterias «buenas», de las que ayudan a digerir los alimentos. El problema viene cuando se produce una infección del sistema digestivo, susceptible de provocar
diarreas que desemboquen en graves deshidrataciones
e incluso la muerte.
En estas situaciones, en que la flora bacteriana prácticamente ha desaparecido, entra en juego el apéndice, ya
que, al no tener ninguna función digestiva, se mantiene
al margen de la circulación general. Ello lo convierte, de
facto, en un refugio de las bacterias beneficiosas a partir
del cual regenerar rápidamente la flora bacteriana del
intestino y ayudar a una rápida recuperación del sistema
inmune. En la Antigüedad, esta rapidez podía significar
la diferencia entre la vida y la muerte ante un ataque de
cólera.
Sea como sea, ahora la tendencia es no extirpar el apéndice si no es necesario. No solo por el beneficio a las
defensas, sino porque sirve incluso para ser trasplantado
ante problemas de uretra (por su forma tubular) o de
vejiga, por su elasticidad.
(De Ed. Santillana)
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